La Ruta de la Seda, conocida por haber sido la primera ruta mundial de la historia, iba mucho más allá del simple intercambio de mercancías. En realidad, los miles de caminos interconectados permitían un fructífero intercambio de religiones, culturas, ideas y tecnologías. Muchos descubrimientos importantes, en los ámbitos de las matemáticas y la filosofía, la arquitectura o la gastronomía, fueron posibles gracias a los intrépidos viajeros que quisieron explorar nuevos territorios y traspasar las fronteras humanas y naturales. En la actualidad, y partiendo de esa riqueza natural y cultural milenaria, la Organización Mundial del Turismo (OMT) ha podido revitalizar y dar un nuevo sentido a una ruta capaz de transformar la forma en que concebimos los viajes. Gracias a la colaboración en áreas de interés mutuo, los Estados que forman parte de la Ruta de la Seda y los diversos agentes del sector privado se sitúan en una posición privilegiada para crear nuevas oportunidades e iniciativas turísticas capaces de impulsar un crecimiento sostenible y saludable.